Este verano he tenido la oportunidad de viajar a la India, a Calcuta. Llegar a Calcuta de nuevas por muchas cosas que te hayan contado, por muchas fotos que hayas visto impresiona.
Calcuta es caos y desorden, es un parque temático donde cada rincón es un escenario diferente de pobreza. La calle es la casa de miles de personas, en ella comen se lavan, duermen y pasan sus horas mezclados con el denso trafico, el interminable bullicio de las voces, los claxon, los ruidos, los animales, etc.
Y aunque las comparaciones son odiosas, analizo cada escenario con mi mente occidental, tratando de colocar en mi cabeza ese puzzle gigante de gente y caos y dar una explicación a su forma de actuar, y pienso entonces en nuestras ciudades, y en nuestra sociedad, y en como viajamos a países como éste a “ayudarles”, a enseñarles a sobrevivir, y tratamos de enseñarles nuestro modelo de vida sin darnos cuenta de que el mundo allí gira en otro sentido.
Quisiera decir que he hecho mucho por ellos en este viaje, pero supongo que me han aportado mucho más ellos a mi, tanto a nivel personal como a nivel profesional.
Me han enseñado a sentirme llena de verdad, a descubrir una alegría que crece desde dentro cuando aprendes a mirar a la gente a los ojos, a compartir con ellos tu tiempo, tus caricias.
Por otro lado, trabajo en educación ambiental, y me cuesta que la gente de aquí comprenda por qué es importante que se conserve el medio natural. Y allí, en un país en el que la gente vive en las calles descubro que son unos ecologistas natos.
Hay quien dice que no es ecologismo, sino necesidad, y yo me pregunto ¿Qué diferencia hay? El ecologismo nace de la necesidad de crear sociedades sostenibles, y quizás ellos han descubierto por pura necesidad de supervivencia el valor del reciclaje para disponer de recursos, la necesidad de conservar el suelo fértil para poder alimentarse, la importancia de no derrochar el agua que necesitan para sobrevivir. Mientras que nosotros nos creemos los dueños y señores de todos los recursos de la tierra y los derrochamos a nuestro antojo, sin pararnos a pensar que un pequeño esfuerzo por hacer el planeta más sostenible es una obligación que todo ser humano debería tener, y que de verdad ayudaría a que miles y millones de personas encontraran otra felicidad que no sea la que produce el poder sobrevivir, sino la que produce simplemente el poder vivir como autenticas personas.
Rebeca Baeza Nadal
Calcuta es caos y desorden, es un parque temático donde cada rincón es un escenario diferente de pobreza. La calle es la casa de miles de personas, en ella comen se lavan, duermen y pasan sus horas mezclados con el denso trafico, el interminable bullicio de las voces, los claxon, los ruidos, los animales, etc.
Y aunque las comparaciones son odiosas, analizo cada escenario con mi mente occidental, tratando de colocar en mi cabeza ese puzzle gigante de gente y caos y dar una explicación a su forma de actuar, y pienso entonces en nuestras ciudades, y en nuestra sociedad, y en como viajamos a países como éste a “ayudarles”, a enseñarles a sobrevivir, y tratamos de enseñarles nuestro modelo de vida sin darnos cuenta de que el mundo allí gira en otro sentido.
Quisiera decir que he hecho mucho por ellos en este viaje, pero supongo que me han aportado mucho más ellos a mi, tanto a nivel personal como a nivel profesional.
Me han enseñado a sentirme llena de verdad, a descubrir una alegría que crece desde dentro cuando aprendes a mirar a la gente a los ojos, a compartir con ellos tu tiempo, tus caricias.
Por otro lado, trabajo en educación ambiental, y me cuesta que la gente de aquí comprenda por qué es importante que se conserve el medio natural. Y allí, en un país en el que la gente vive en las calles descubro que son unos ecologistas natos.
Hay quien dice que no es ecologismo, sino necesidad, y yo me pregunto ¿Qué diferencia hay? El ecologismo nace de la necesidad de crear sociedades sostenibles, y quizás ellos han descubierto por pura necesidad de supervivencia el valor del reciclaje para disponer de recursos, la necesidad de conservar el suelo fértil para poder alimentarse, la importancia de no derrochar el agua que necesitan para sobrevivir. Mientras que nosotros nos creemos los dueños y señores de todos los recursos de la tierra y los derrochamos a nuestro antojo, sin pararnos a pensar que un pequeño esfuerzo por hacer el planeta más sostenible es una obligación que todo ser humano debería tener, y que de verdad ayudaría a que miles y millones de personas encontraran otra felicidad que no sea la que produce el poder sobrevivir, sino la que produce simplemente el poder vivir como autenticas personas.
Rebeca Baeza Nadal