10 septiembre, 2007

Lavapies multicolor.

He quedado a las 7 en la Plaza de Lavapies, el sol comienza a ponerse y se va tiñendo todo lentamente de dorado. Decido caminar para disfrutar el atardecer fresco y cálido a la vez.
La calle comienza a transformarse a medida que voy subiendo. Veo a algunos chicos jóvenes de raza negra, con sus largas túnicas.

Avanzo un poco más y comienzan a aparecer las tiendas árabes a ambos lados de la calle vendiendo de todo: carnes, productos para guisar, vestimentas, música, olores a especias… Entre me dio se van levantando tímidamente tiendas de origen africano como peluquerías, restaurantes, locutorios… Camino más y me interno en otro mundo, en el que viven varias nacionalidades, como una sola. Escucho diferentes dialectos que se mezclan con el español.
Sigo avanzando y veo al fondo la Biblioteca de una universidad que justamente queda en una de las esquinas de la Plaza., me dirijo hacia ella.
Espero sentada en un banco de renombre, sentada frente a su entrada.Estoy en la plaza de Lavapies a un costado de la boca del metro.Para variar no tengo lápiz ni papel, y me brota a borbotones la necesidad de escribir.Corro al chino más próximo a comprarme una libreta pequeña y un bolígrafo.Tanta gente comienza a marearme, su movimiento se mete en mi estómago.

Pocos españoles, pocos.
Los colores de la plaza van cambiando según el sol que la acaricia.Por las tardes veo que se ha integrado nuevas personas que vienen de tierras lejanas, de la mamá África.
Mucha gente se sienta en los bancos de la plaza, a esperar que caiga la noche, sin nada que hacer, acompañándose solo de una caja de vino.
¿Dónde vivirán? ¿Tendrán algún lugar para refugiarse? ¿Acaso camas calientes?. ¿O debajo de algún árbol o arbusto, tapados con cartones?

El mareo sigue y decido levantarme para recuperarme en una cafetería cercana. Pido un té helado, mientras vuelvo a sacar mi libreta y sigo escribiendo. Espero una amiga que no veía hace tiempo, que no tarda en llegar. Con su conversación me evado un par de horas, en un par de terrazas, pero volvemos pronto a la plaza y el paisaje y los colores han cambiado con la llegada de la noche.Miles de niños vestían de colores la plaza, corriendo, gritando y riendo alegremente.Un grupo de ellos jugaba con un par de cajas, de unos mendigos. Uno se metía en ella y otro la arrastraba: “Voy a darme un paseíto”, decía una de las niñitas que no tendría más de cuatro años.Los padres sentados en los, ya cansados bancos, de la plaza con un bote de cerveza en la mano, las vigilaban de vez en cuando.

Los padres son rumanos y latinoamericanos, que son los que se apoderan del espacio a esta hora, a eso de las 11 de la noche, junto con los mendigos que jugaban como si fuesen los mejores amigos. La discriminación brillaba por su ausencia.

¿Cómo recordarán estos pequeños su niñez cuando sean mayores? ¿La llegarán a recordar?

No hay comentarios: